Según Galtung, (1995), la violencia estructural es el resultado del incremento de la distancia entre lo potencial y lo efectivo, es decir, existe violencia cuando lo potencialmente previsto supera a lo verdaderamente disponible. De este tipo de violencia, son responsables indirectos las instituciones públicas pues, su incapacidad para satisfacer las necesidades básicas propicia la segmentación de los contextos sociales.
La injusta distribución de bienes y servicios, junto a los desequilibrios estructurales, son constituyentes de la fragmentación de los pilares del bienestar social.
Este tipo de violencia afecta a todo el espectro comunitario pues, el empobrecimiento de un importante segmento social, supone una merma de las garantías sociales para toda la pirámide poblacional. El sometimiento de las políticas sociales a criterios económicos y especulativos, debilitan la universalización de las garantías y derechos consolidados, desplazando a las personas afectadas a situaciones de desigualdad.
Las políticas austericidas propuestas y aplicadas por algunos gobiernos, quiebran la paz social e incrementan las brechas económicas y sociales. Nunca como hoy, se ha evidenciado la distancia entre los ricos y los más desfavorecidos. La clase media es una entelequia que se me antoja de difícil encaje en nuestro país. Es vergonzoso que España, situada entre las quince potencias económicas del mundo, tenga la tasa de pobreza infantil más alta de Europa, más del 27%.
No podemos atribuir exclusivamente esos niveles de precariedad a la actual crisis sanitaria, pues esta situación la arrastramos desde hace años, pero es muy cierto que la pandemia, ha puesto en evidencia el relativismo conceptual de una gran parte de nuestra clase política. La fragilidad de nuestros entramados sociales, sanitarios y educativos, responden a claras ideologías de corte neoliberal en las que priman los intereses de los mercados y la especulación. Paradójicamente, pocos políticos se alinean a estas tesis económicas, pero la realidad es tozuda, y nos permite obtener una precisa panorámica de nuestra realidad socioeconómica, de las prioridades de los que nos gobiernan. Por sus obras los conoceréis.
Seamos realistas pues quizás, la presión de los lobbies económicos ejercida sobre los tecnócratas al frente de las administraciones sea tan potente, que los márgenes para derivas políticas más justas y equilibradas sean muy estrechos, pero dado que, hasta hace relativamente poco tiempo, nuestros políticos presumían del espectacular crecimiento económico -publicitado hasta la saciedad-, atribuyéndose unos y otros los méritos (que por cierto, incrementaban las riquezas de los de siempre), es justo también que hoy, asuman sus responsabilidades por la desprotección y desamparo en el que se encuentran millones de personas en nuestro país.
Desgraciadamente, estos actores políticos, inmersos en luchas internas y de confrontación, difícilmente pedirán perdón, bastante tienen con sus discusiones dialécticas que nos hacen vislumbrar un muy futuro triste. Una crisis global de valores que erosiona la dimensión social de paz propuesta por el profesor F. Herrería; “…el equilibrio entre el desarrollo, los derechos humanos, la democracia y el medio ambiente” (Fernández, 2004).
Deja una respuesta