La reducción de la brecha digital y la implementación de acciones socioeducativas destinadas específicamente a la persona mayor, determinará el modelo de envejecimiento y el mantenimiento de su calidad de vida.
En el año 2002 la OMS contemplaba el envejecimiento como:
“Un proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen” (O.M.S, 2002, p.79)
De lo anterior, podemos desprender que en el envejecimiento saludable se integran aspectos de bienestar psicológico, adaptación al entorno y sus resultantes estados subjetivos. (Campos, 2001).
En este sentido, la imagen negativa de la vejez asociada a la dependencia, la falta de vigor y la pasividad resulta un sesgo discriminatorio (edadismo), que se relaciona con la primacía que las sociedades modernas otorgan a la juventud.
Con relativa frecuencia se desprecia lo que se considera viejo y minusvaloran las experiencias de las personas de más edad, situación especialmente grave cuando además, estas personas no encuentran espacios y contextos para expresar su voz.
Fajardo-Ortiz y Olivares-Santos (2008) realizan una aproximación al concepto de edadismo que nos aclara su fenomenología social:
“Estereotipos y prejuicios de la vejez que conducen a que los viejos sean, la mayor parte de las veces, marginados y considerados por útiles o inútiles en el medio familiar; desamortizados psicosocialmente”
Las personas de mayor edad tienen un recorrido experiencial que forma parte de su constructo vital. Vivencias que se relacionan con costumbres y fenómenos culturales especialmente significativos en la articulación sociocomunitaria. Aspectos que permiten realizar procesos comparativos de las estructuraciones sociales anteriores y resultan valiosos instrumentos de aprendizaje para las generaciones más jóvenes.
Si nos preocupamos por considerar las experiencias de estas personas como un fenómeno de solidaridad intergeneracional, reforzaremos su arraigo sociocomunitario y por lo tanto, podremos conformar acciones para la promoción de un envejecimiento activo y saludable.
Es cierto que el envejecimiento inevitablemente lleva asociado un declive funcional y en muchos casos cognitivos -serán más o menos acusados en función de los previos estilos de vida de la persona- (Márquez-González, 2010), pero no debemos obviar que la prevalencia de algunos de estos trastornos, tienen un componente multidimensional que en muchos casos está relacionado con su dimensión social.
Más recientemente, el estudio europeo realizado por Alonso et al. en 2018 (extraído de Cisneros, G. E., & Ausín, B. (2019), concluye que el 5,8% de las personas mayores de 65 años han sufrido trastornos mentales o padecido algún trastorno cognitivo en el último año con tasas de prevalencia anual del 20,8%. Otros estudios señalan índices mucho más elevados 32,2%.
Con el fin de reducir el deterioro cognitivo, proliferan múltiples y variadas iniciativas centradas en su mayoría en la promoción de las potencialidades creativas y motivacionales. Recientes investigaciones avalan la efectividad de estos programas y apuntan a cierto freno en el deterioro mental (Carrascal y Solera, 2014).
Las intervenciones y acciones basadas en las experiencias, son recursos de intervención muy efectivos (Mañas, 2007), además, las percepciones, pensamientos y experiencias compartidas, revalorizan su dimensión. Enrique, M., & Muñoz, R. 2014).
La edad avanzada no necesariamente supone un punto de inflexión para la merma drástica de las capacidades fisico-intelectuales (García, A. J. M., & de Los Fayos, E. J. G. 2000). Para Reyes & Castillo, (2011), el desarrollo personal de los seres humanos tiene un carácter integral y continuo, por lo que la salud, la participación social y la adquisición de nuevos conocimientos son aspectos que suman y prolongan una vida plena y satisfactoria.
Los recursos tecnológicos (máquinas, instrumentos y programas), están presentes en todos los ámbitos de nuestra cotidianidad y sin duda, resultan muy útiles para el fomento de la autonomía y mejora de la capacidad funcional de la persona mayor, por ello, el aprendizaje y uso de las nuevas herramientas tecnológicas puede favorecer la salud y el envejecimiento activo.
La brecha tecnología (Agudo, 2012), es la frontera con la que se encuentran muchas personas mayores situándolos en clara desventaja. Es definida como analfabetismo tecnológico (Moreira, M. A. 2001).

Fuente: https://www.newtral.es/brecha-digital-mayores-internet/20210720/
Para la educación social existe una clara correlación entre adquisición de nuevos aprendizajes y el envejecimiento saludable (Baztán,1992). Los nuevos conocimientos ayudan al fortalecimiento de la autoestima y la competencia social. (Tamer, N. L., & Tamer, E. V. (2013, July).
La Comisión Europea en su Informe FAST (1986)2, advierte del riesgo de la innovación tecnológica respecto a la posible división social y aislamiento de los grupos humanos vulnerables -entre los que se encuentran las personas de más edad-, por esta razón, debe ir acompañada por procesos de innovación social.
La frontera tecnológica es una problemática real, requiere de iniciativas de alfabetización tecnológica articuladas por procesos educativos adaptados, con contenidos comprensibles, atractivos y provechos en la cotidianidad diaria de estos grupos generacionales.
Cuidaros!!!
Referencias:
Baztán, A. A. (1992). El ocio como cultura de la vejez: hacia una gerontopsicología social. Papeles del psicólogo, (54), p 4. Recuperado el 25 de octubre de 2021 de: http://www.papelesdelpsicologo.es/vernumero.asp?id=559
Campos, F. R. (2001). Salud y calidad de vida en las personas mayores. Tabanque: Revista Pedagógica, (16), 83-104.
Carrascal, S., & Solera, E. (2014). Creatividad y desarrollo cognitivo en personas mayores. Arte, Individuo y Sociedad, 26(1), pp. 9-19. Recuperado el 25 de octubre de 2021 de: http://revistas.ucm.es/index.php/ARIS/article/view/40100
Cisneros, G. E., & Ausín, B. (2019). Prevalencia de los trastornos de ansiedad en las personas mayores de 65 años: una revisión sistemática. Revista Española de Geriatría y Gerontología, 54(1), 34-48.
Enrique, M., & Muñoz, R. (2014). El problema de la autoestima basado en la eficacia. {PSOCIAL}, 1(1).
Fajardo-Ortiz, G., & Olivares-Santos, R. A. (2008). Viejismo en el ambiente cotidiano. INGER-Curso Promoción de la salud de las mujeres adultas mayores. (Unidad 1). México. Instituto Nacional de Geriatría.
García, A. J. M., & de Los Fayos, E. J. G. (2000). La preparación para la jubilación: Revisión de los factores psicológicos y sociales que inciden en un mejor ajuste emocional al final del desempeño laboral. Anales de Psicología/Annals of Psychology, 16(1), 87-99.
Mañas, I. (2007). Nuevas terapias psicológicas: La tercera ola de terapias de conducta o terapias de tercera generación. Gaceta de psicología, 40(1), 26-34
Márquez-González, M. (2010). Nuevas herramientas para la intervención psicológica con personas mayores: la tercera generación de terapias conductuales. Revista Española de Geriatría y Gerontología, 45(5), 247-249.
Moreira, M. A. (2001). Sociedad de la información y analfabetismo tecnológico: nuevos retos para la educación de adultos. Diálogos: Educación y formación de personas adultas, 26, 11-15.
Reyes Torres, I., & Castillo Herrera, J. A. (2011). El envejecimiento humano activo y saludable, un reto para el anciano, la familia, la sociedad. Revista Cubana de investigaciones biomédicas, 30(3), 454-459.
Rodríguez, M. C., & Figueroa, C. V. (2015). Solidaridad intergeneracional: jóvenes y adultos mayores en estrecha colaboración. Prospectiva: Revista de Trabajo Social e Intervención Social, (20), 261-278.
Tamer, N. L., & Tamer, E. V. (2013, July). Las TICs y los adultos mayores. In VIII Congreso de Tecnología en Educación y Educación en Tecnología.
WHO (2002). Active Aging. A Policy Framework. Geneva: World Health Organization.
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