La Educación social desempeña una función esencial en la sociedad actual, papel crucial en la promoción del bienestar social y en el apoyo a personas y comunidades en riesgo o en situación de vulnerabilidad. Sus intervenciones buscan dar respuestas a problemáticas derivadas de factores socioeconómicos, de salud mental, adicciones y otros desafíos. En ocasiones esta labor se ve obstaculizada por problemáticas que afectan a sus profesionales (individual o colectivamente), dificultando la práctica y su capacidad de impacto.
Algunos de estos problemas requieren de soluciones que emanen de las administraciones publicas regulando la práctica y funciones de forma clara, otras en cambio, sugieren la implicación de sus profesionales y colegios.
Entre algunos de los problemas más graves, encontramos la falta de reconocimiento y valoración de la profesión, una percepción errónea del papel de la educadora y el educador social que dificulta la colaboración con otros actores clave en el ámbito de la intervención social. Esta situación favorece el intrusismo (pedagogía, psicología, terapia ocupacional, trabajo social, animación y otras), que ejercen labores propias de educador y pone en riesgo la calidad y efectividad de las intervenciones.
Consideremos que lo anterior no solo perjudica a los usuarios y beneficiarios, también a los educadores titulados, que se ven obligados a competir con personas sin la formación requerida, afectando su empleabilidad y reconocimiento profesional al tener que trabajar en condiciones poco favorables o sin las garantías laborales necesarias.
Pero también y quizás esto es lo más grave, se ve afectada la percepción y credibilidad de la profesión.
Por otro lado, los y las educadoras sociales operan muy a menudo con recursos limitados, condicionado su capacidad de intervención. Las dificultades para la obtención de financiación resultan una carga añadida que, debilita la cantidad y calidad de los servicios y programas, esto produce un desgaste profesional acusado.
La falta de apoyo emocional (las intervenciones a menudo implican lidiar con situaciones difíciles y emocionalmente exigentes), generan crisis de estrés agravando el problema.
Los programas de formación continua son escasos y a menudo costosos, las dificultades para acceder a oportunidades formativas, desarrollo profesional, actualización de prácticas y nuevos enfoques limita las capacidades para producir intervenciones eficaces y novedosas.
Es necesario promover una mayor conciencia y valoración de la educación social tanto políticamente como comunitario. A este respecto, los Colegios profesionales deben jugar un papel relevante, implicando a todos los actores sociales relevantes, fomentando la colaboración y el trabajo en red con otras disciplinas profesionales y organizaciones.
No menos importantes son la implementación de políticas de bienestar y apoyo emocional que aborden el desgaste profesional concretando acciones y programas de apoyo emocional, asesoramiento y supervisión regular. La creación de espacios para el diálogo y el intercambio de experiencias se hace imprescindible.
Los educadores sociales somos conscientes de que la cooperación interdisciplinar es esencial, es importante conformar mecanismos formales de trabajo cooperativo, fomentando cauces de comunicación abierta multilateral y mecanismos de coordinación de servicios.
Las universidades deben apostar por el fomento de la investigación y evaluación de la práctica, invertir en investigaciones basadas en evidencia que identifiquen las mejores acciones e intervenciones efectivas.
Considero que es posible superar estos obstáculos, situar a Educación social en los mismos niveles de países como Francia, Alemania o Suecia, con un perfil claro y correctamente definido. Fortalecer el trabajo de sus profesionales y su importante papel social en pro de la transformación social y la búsqueda de la justicia.
Cuidaros!!!
Bibliografía:
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