El actual sistema de socialización de género es un obstáculo para el desarrollo de identidades personales no normalizadas. Formas conductuales y modelos estéticos con las que se significan algunas/os mujeres y hombres.
Los valores y culturas asentados en patrones heteronormativos, imponen ideales de sujetos reflejos de un orden social más o menos inflexible. Este modelo de disposición normativa es claramente segregacionista pues, los individuos deben ser reconocibles estéticamente y sus pautas conductuales corresponder a su atribución de género.
Todo aquel que se aleje de los patrones normalizados es redefinido como extravagante y raro Platero, R. (2009), ello implica la su consideración de patológicamente enfermo. Son «alojados» en recintos de exclusión sin estructura física, pero delimitados por barreras de rechazo que impiden el desarrollo de sus identidades personales.
En ese imaginario social, los estereotipos criminalizan las conductas y manifestaciones no normativas pues, se formulan juicios de valor que atentan contra la dignidad, la libertad de expresión y orientación sexual.
Nuestro modelo de vertebración social no ha cambiado significativamente desde épocas oscuras anteriores, los distintos casos que se nos presentan en los medios de comunicación, nos ofrecen las mismas representaciones de mujeres y hombres ideales de un estándar cultural asentado en patrones patriarcales. La teatralización de las vidas de algunos de estas personas, son “carnaza” que alimenta a las masas empachadas de otros nutrientes. Son víctimas propiciatorias para el escarnio público.
Las manifestaciones rupturistas de algunos grupos y corrientes organizadas, (fuera de lo meramente folclórico), visibilizan nuevas formas de expresión social que reformulan los conceptos de feminidad y masculinidad. Ya no se pretende tanto anular el hecho diferencial más bien la construcción de un nuevo concepto de diversidad desde la afirmación positiva.
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