La ansiedad es un estado que se caracteriza por sentimientos de incertidumbre, indefensión, alteración emocional y otros aspectos que interpretamos como una amenaza. Todas/os, en algún momento de nuestra vida, hemos sufrido episodios de estrés emocional.
En el estado ansioso pueden participar nuestros sistemas cognitivos, fisiológicos y motores y por esta razón, presenta sintomatologías especialmente negativas y desagradables. La percepción que tenemos de nosotras/os (autoconcepto), es un componente emocional que se relaciona con la autoestima y puede alterar nuestros estados de ánimo.
En algunas ocasiones, -sin necesidad de que ocurra nada especial en nuestra vida-, un pensamiento puede disparar nuestras emociones, llegar incluso a bloquearnos. Debo confesarlo, me ha ocurrido alguna vez. Cuando era mucho más joven no sabía cómo afrontar estos episodios de estrés, simplemente dejaba que pasará el tiempo, y con suerte, esperar que un nuevo acontecimiento me permitiera centrar la mente en otra cosa.
Las cosas que recordamos son aquellas que se nutrieron de emociones intensas, en su momento fueron importantes y han quedado guardados para siempre en la memoria. Quizás un problema no resuelto con alguien importante para nosotros/as, una palabra fea dirigida a tu madre o a tu padre, una decisión equivocada, una discusión con tus hijos, retazos de la vida que por alguna razón, emergen de tu mente profunda y te afectan.
Veréis, con los años he aprendido que cuando eso sucede, lo que importa es el poder que otorgamos a estos pensamientos. Puedes dejarlos fluir y que incrementen nuestro grado de ansiedad, te deprimirán y atormentarán, o procesarlos con sabiduría, aceptarlos y dar gracias pues, han sido una importante fuente de aprendizaje.
Lo cierto es que no soy inmune al dolor emocional, me entristecen determinadas situaciones, la melancolía y la tristeza de vez en cuando intentan colarse por alguna rendija de mí ser. Pero hoy, se distinguir aquello debo dejar pasar, no permitiendo que controle mis pensamientos.
Hace ya mucho tiempo que perdoné a aquellos que me hicieron daño (algunos muy cercanos a mi), también me perdoné a mí mismo. Decidí librarme de las ataduras del pasado y de los apegos que me atrapan e impiden seguir avanzando.
No me gusta la prepotencia, la mentira, la deslealtad, pero hoy, no me afectan emocionalmente los comportamientos de los que las practican. No siento indiferencia hacia los demás. Lo antagónico al amor no es el odio, es la indiferencia, y yo, sigo amando al ser humano. Procuro que mis comportamientos no estén condicionados por las conductas de los demás, pues se con certeza, que en su día, solo yo rendiré cuenta ante mi conciencia por ellos, nadie más
Alguna veces, gestiono mi ansiedad refugiándome en mi dormitorio que, iluminado por la luz filtrada por una cortinas anaranjadas, me produce calma y bienestar. En otras ocasiones, emprendo un paseo por los caminos de los que os he escrito en otras ocasiones. Un paisaje recorrido mil veces, pero que me permite centrar mis pensamientos en aquello que me serena, y recuperar mi normalidad emocional.
Camino sin prisas, respirando profundamente, pensando en preparar el almuerzo, quizás, una ensalada con fruta fresca.
Cuidaros!!
Un libro que os recomiendo: Cerebro y Silencio. De Michel Le V. Quyen. Estoy seguro que os ayudará.
Aquí podéis leer unas páginas.
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