Hace unos meses en una conferencia destinada a estudiantes universitarios, abordábamos la participación voluntaria en las OSC, en un momento dado, surgió la necesidad de clarificar el impulso motivacional motor de la acción.
- ¿La motivación tiene un carácter altruista?, si es así, ¿qué es el altruismo?
- ¿Qué es la conducta prosocial?
Dada la confusión, creí necesario clarificar los conceptos.
La literatura que estudia el altruismo es profusa y relativamente reciente, tengamos presente que el termino, es utilizado por primera vez por el filósofo francés Compte en 1854 en su libro Catecismo. Comte, A., & Zozaya, A. (1894), para este, el altruismo forma parte de la naturaleza humana y está especialmente desarrollado en aquellas personas entregadas a los demás:
“El altruismo de vivir el gran día, de vivir para los demás son el resultado de las condiciones de existencia propias de la «naturaleza humana»”. Perez, M. (2012)
La definición de Comte tiene una potente carga moral, por esta razón, es conveniente resituar su conceptualización despejándola de sus elementos simbólicos, ello, nos permitirá abordar el termino desde perspectivas más actuales.
La conducta altruista pura, entendida como; la predisposición humana para la ayuda se ha abordado desde posicionamientos diversos, complejos. Consideremos que, los condicionantes paradigmáticos como; la motivación y costes/beneficios, son elementos sobre los que se debate, dificultando el consenso.
El altruismo es un patrón conductual que al ser considerado un valor social importante se intenta incorporar en el proceso de socialización de los niños. Los educadores sabemos que el altruismo permite la obtención de mayores cotas de adaptabilidad y participación sociocomunitaria de los individuos. Otiz, M. J., et al (1993).
Su constructo psicológico operacional, Herrera, R. R., et al (2014), requiere adentrarse en complejas investigaciones de la Psicología del Desarrollo Socioafectivo y de la Personalidad que no abordaré en este post.
La definición que nos proporciona la RAE nos posibilita descomponer el concepto, y enfocar el fenómeno desde perspectivas más cómodas.
Altruismo según la RAE:
Del fr. altruisme.
- Diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio.
- m. Ecol. Fenómeno por el que algunos genes o individuos de la misma especie benefician a otros a costa de sí mismos.
De la definición de la RAE se desprenden tres elementos esenciales constructos de la conducta altruista:
- Es una conducta humana.
- Procura el beneficio ajeno.
- Tiene costes para la persona que lo ejerce.
Además, según López (1994):
- Para que exista una conducta altruista pura, el comportamiento no aportará réditos o beneficios a su promotor.
- La acción debe obligatoriamente ser observable, medible y productora de algún bien hacia los demás.
Partiendo de los anteriores supuestos, realizamos el proceso de investigación y (como veremos más adelante) distinguir la conducta altruista de otras que, -aun compartiendo intenciones y acciones-, no podrían considerarse como tal.
Es preciso partir de una premisa esencial:
Una conducta altruista es toda aquella acción desinteresada realizada por personas y/o organizaciones en favor de otros.
No todas las intervenciones en pro de los demás pueden considerarse altruistas. Las consideraciones motivacionales, intencionales o los posibles beneficios personales obtenidos deben tenerse en cuenta.
Avancemos.
Las primeras investigaciones de la conducta altruista las realizan Darley y Latané en 1968. Estos investigadores describen lo que denominan “efecto en el espectador” causante de la probabilidad de que se produzca acciones de ayuda en situaciones y contextos determinados (altruistas o no).
Esta investigación concluye que, existe una relación inversamente proporcional entre el número de personas que observan una situación de emergencia (conducta pasiva) y las que deciden a intervenir (conducta proactiva), así, cuantas más personas observen una situación de emergencia, menos probabilidades existen de que alguien desarrolle una acción altruista.
Otros autores, pretenden evitar el reduccionismo y abren el comportamiento altruista a supuestos más amplios.
Calvo (1999) apunta algunos condicionantes del altruismo:
- Los elementos motivacionales.
- Los derivados de la propia conducta.
La motivación siempre será subjetiva (propia del promotor), no así los efectos sobrevenidos, por esta razón el carácter altruista o egoísta de la conducta, solo podrá ser determinado después de la intervención.
A partir de los estudios de Darley y Latané se despierta el interés por el altruismo, así, en la década de los 70-80 en Estados unidos, se desarrollan nuevas investigaciones formulando nuevas hipótesis. Molero, C., Candela, C., & Cortés, M. T. (1999).
En Europa, en los años 90, se implementan líneas de investigación que categorizan la conducta altruista y en muchos casos, vinculada a fenómenos prosociales como son; las acciones voluntarias, la donación de órganos, la participación social, etc…
La conducta Prosocial.
Tal y como apunta A. M. (1996), la conducta altruista con frecuencia es relacionada con los comportamientos prosociales, de hecho, para una gran parte de los investigadores, la conducta prosocial, es un concepto más abierto pues integra aquellos elementos sustanciadores de la conducta altruista e intercede por otras intervenciones que por su carácter motivacional, tendrían difícil encaje como acción altruista.
Lázaro, A. M. (1996) y Chacón (1986) realizan una exhaustiva investigación de los comportamientos prosociales.
Es importante considerar a este respecto, que tampoco existe un consenso unánime, lo podemos observar en la ingente multitud de tesis que intentan ordenar el hecho prosocial. Aun así, variables como la motivación y la intencionalidad siguen siendo determinantes en la conducta prosocial.
El comportamiento prosocial se relaciona con la intención de satisfacer las necesidades físicas y psicológicas de otras personas, estas conductas pueden estar condicionadas por multitud mecanismos moderadores. Auné, S. E. et al (2014).
Lázaro (1996), citando a Royce y PowelI concluye que; “toda conducta altruista, es prosocial, aunque no toda conducta prosocial es altruista”.
De lo anterior, podemos inferir que la conducta prosocial es integradora.
La probabilidad de reciprocidad positiva y solidaria es más que probable. Auné, S. E. et al (2014), Olivar (1998), por ello, la conducta prosocial como conducta positiva, puede estar soportada en motivaciones altruistas o no. González (1992), Ruiz Olivares, R. (2006).
La conducta prosocial parece tener un mayor encaje epistemológico en nuestros días.
Los aspectos motivacionales.
Según Silva (1998), la conducta altruista requiere de un soporte motivacional. Para Batson, la motivación es un criterio esencial en la consideración de la conducta altruista.
La motivación no es posible medirla operacionalmente pues, es específica e interactúa de manera diferente en cada persona, por esta razón las investigaciones de Grusec (1991) relacionando pautas motivacionales y derivas altruistas nos resultan de gran ayuda.
Para Calvo (1999), es la intención y no tanto la conducta lo que distingue al acto altruista. Para este autor, los criterios motivacionales, no son excluyentes uno de otro. Otras investigaciones relativizan el supuesto intencional.
Es cierto que la conducta prosocial al estar despejada del condicionante motivacional, permite integrar más ampliamente todo comportamiento de ayuda. Es precisamente este modelo neutro respecto a la motivación, el que posibilita la construcción de otro termino más reciente: conducta prosocial-altruista.
Este concepto separa intencionalidad y motivación y establece como eje sustentador de la acción; el beneficio procurado a otros. El carácter desinteresado y los beneficios obtenidos no se contemplan a priori. López (1994)
La conducta prosocial-altruista es la predominante en las Organizaciones de la Sociedad Civil como podemos observar en los complejos tejidos constitutivos y funcionales de muchas de ellas.
La integración de cuadros técnicos asalariados trabajando en conjunto con las fuerzas de voluntarios, es una circunstancia que modela nuevamente el concepto altruista (desinteresado) de la organización. Por ello, las grandes organizaciones procuran vertebrar sus estructuras funcionales separando convenientemente estos dos soportes (cooperantes asalariados y voluntariado), así se despeja toda intención motivacional interesada. Ante terceros, su visión y misión institucional es prosocial.
No obstante, resolver la contradicción conceptual de sus posicionamientos constitutivos, es en ocasiones complejo, dadas las elevadas necesidades de financiación necesarias para soportar los gastos de personal técnico e infraestructuras que, en algunas organizaciones, superan el 30% del total de sus presupuestos económicos (raramente reconocido en sus memorias).
No obstante, con independencia de la disposición estratégica del recurso humano (cooperante o voluntario), debemos partir del carácter prosocial desinteresado de la organización. Toda conducta deberíamos considerarla como una acción positiva.
Roche (1995) nos permite comprender lo anterior cuando define el comportamiento prosocial (organizado o personal):
“… aquel[…] que, sin la búsqueda de recompensas externas, favorece a otra persona, grupos o metas sociales y aumenta la probabilidad de generar una reciprocidad positiva, de calidad y solidaria en las relaciones interpersonales o sociales consecuentes, salvaguardando la identidad, creatividad e iniciativa de las personas o grupos implicados.”
Lo esencial; el valor de la ayuda, sus efectos en las personas y en los grupos, por lo que todos los recursos de la entidad deberían estar comprometidos a su fin social con independencia de su relación contractual.
Bibliografía:
Auné, S. E., Blum, D., Abal Facundo, J. P., Lozzia, G. S., & Horacio, F. A. (2014). La conducta prosocial: Estado actual de la investigación. Perspectivas en Psicología: Revista de Psicología y Ciencias Afines, 11(2).
Calvo, A. (1999) La conducta prosocial: su evaluación en la infancia y la adolescencia.
Chacón, F. (1986) Generalización de una clasificación cognitivo dimensional de
Comte, A., & Zozaya, A. (1894). Catecismo positivista. José Rodríguez.
Darley, S. y Latané, B. (1968) Bystander intervention in emergencies: Difussion of
episodios de ayuda a una muestra española. Revista de Psicología Social, 1, 722.
Fuentes, M.J. (1988) Análisis Evolutivo de la Empatía y la Amistad como Variables
Grusec, J. (1991) The socialization of altruism. En M. Clark (Ed.) Prosocial Behavior.
Herrera, R. R., Duarte, J. C., Arboleda, M. R. C., & Romero, A. C.Ppsicología del desarrollo socioafectivo y de la personalidad.
Lázaro, A. M. (1996). La conducta prosocial. Cuadernos de trabajo social, (9), 125.
López, F. (1994) Para Comprender la Conducta Altruista. Navarra: Verbo Divino.
Mediadoras de los Comportamientos de Ayuda y Cooperación en Niños
Molero, C., Candela, C., & Cortés, M. T. (1999). La conducta prosocial: una visión de conjunto. Revista latinoamericana de psicología, 31(2).
Otiz, M. J., Apodaka, P., Etxeberria, I., Ezeiza, A., Fuentes, M. J., & López, F. (1993). Algunos predictores de la conducta prosocial-altruista en la infancia: empatía, toma de perspectiva, apego, modelos parentales, disciplina familiar e imagen del ser humano. Revista de Psicología Social, 8(1), 83-98.
Perez, M. (2012). La filosofía de la biología de Auguste Comte. CUESTIONES DE FILOSOFÍA, (14). Responsibility. Journal of Personality and Social Psychology, 8, 377-388. Review of Personality and Social Psychology, 12, 9-33.
Roche, R. (1995). Psicología y educación para la prosocialidad. Colección Ciencia y Técnica: Universidad Autónoma de Barcelona.
Ruiz Olivares, R. (2006). Estudio e intervención en la conducta prosocial-altruista. Valencia: Tesis doctoral (Universidad de Valencia).
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